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ELLAS, ELLOS Y ALGUNA QUE OTRA MENTIRA...

Es sábado, y tres amigas que hacía tiempo que no se veían, salen a cenar y a bailar. Las tres están casadas y sólo una de ellas tiene hijos.
Van por el segundo plato y las tres ríen a carcajada limpia, cuando Marisa, la más simpática de las tres, les suelta con mucho cachondeo, que su marido le cerrará la puerta con llave a las dos en punto.
 Esto fue lo que paso, tan solo un par de horas antes:

A Marisa, el ojo, casi le traga el cepillito del rimel, cuando escucha a Luis refunfuñar en el salón. El partido de futbol entre el barça y su eterno rival, el madrid, retumba por toda la casa. Cada vez que sale, escucha la misma penitencia:" Que si a qué viene salir tanto por la noche, que si no hace ni dos semanas que saliste con tus amigas, que si yo me quedo aqui solo, que, que, que"... Ella piensa, ¡que manda narices! Todos los domingos se tiene que quedar sola, por el dichoso futbol, y encima, tiene que pedir permiso para irse a cenar. Pero es que no sólo era eso, es que en esa casa no había otro tema de conversación. Se pasaban media hora discutiendo, sienpre que ella salía, y al final, siempre el mismo ultimatum:"A las dos, ¡aviso!  -cierro la puerta con llave." La situación, nunca llega a ser dramática. Marisa, es una mujer independiente, y gana suficiente dinero para tener su propio piso, pero aun así, siguen constantemente diciéndole lo que tiene que hacer: En el trabajo, sus padres, y ahora, su marido, que parece olvidar, que fue él, quien insistió para que se fueran a vivir a su casa, y ahora, a cada dos por tres, la misma amenaza: "A las dos cierro con llave."
Corrige, sin pestañear, las imperfecciones del rimel, causados por tanto patetismo, y decide que este verano, el sol ha hecho estragos en su cara. Un montón de pecas indiscretas forman un estampado en toda la zona de los ojos y nariz, y ni con el maquillaje consigue disimularlas. Luis en el salón, parece haber acabado con los improperios y se centra en el partido, que a cada momento, se vuelve para él, más excitante. Ella, sale del baño, y duda que vestido ponerse; mientras elige, oye como él le pide una cerveza, entre gritos, que no sabe muy bien, a favor de que equipo son. Se pone uno azul, de tirantes, y cuando está llegando a la puerta, echa un vistazo a Luis, que ni siquiera la ha mirado, y ha cogido él mismo la cerveza. Sale de casa, sin que su marido, haya despegado la vista de la televisión.
 Cuando Marisa entra en el ascensor, observa su conjunto en el espejo, pero sólo ve un diminuto punto azul, flotando en el cubículo; donde un montón de líneas torcidas, lo hacen desaparecer.    

 Las chicas siguen cenando y charlando distendidamente, y ya en los postres, Evelyn, que tiene dos niños de tres y cinco años, alardea deliberadamente de su maravilloso marido. Sus dos amigas, asienten a sus palabras, sin dar mucho crédito a lo que oyen, y sonríen más bien de mala gana; pues no hay nada que más fastidie, que se pongan a presumir delante de una. El vestido de Evelyn, no ha pasado desapercibido para Julia, que no ha parado de admirar en toda la noche: el trabajado corte de sus mangas y la delicada elegancia de sus líneas. Y encima, les puso los dientes largos, cuando de esto se jactó:

Evelyn, que no trabaja fuera de casa, y que tampoco lo necesita, se afana en dejar la cena preparada, y los niños acostados. Gregorio, su marido, que cuando la conoció le dijo que un cigarrillo, quedaba muy feo en los labios de una mujer, y ella, dejó de fumar para siempre; le dice y le repite que se vaya de una vez y se divierta, pero que sobre todo, no tenga prisa en llegar, y que para una vez que sale, no haga esperar a sus amigas. Ella muy crecida, se vanagloria de la suerte que tiene, de tener a su lado a un hombre tan trabajador, cariñoso, excelente padre y encima un craft en la cama. No me negarán que tanta perfección daría envidia a cualquiera.
 Par Evelyn, que todo el mundo supiera lo feliz que era, suponía la confirmación de que no podía ser de otra manera.

Ya casi no quedan trozos de pastel en el plato, cuando Julia, que ha hablado muy poco hasta ahora; mientras saborea el café, les dice como quien no quiere la cosa, que lo suyo con Tomás, es una relación abierta, y que a él no le importa que de vez en cuando salga y haga lo que quiera; puesto que él también lo hace, siempre que le apetece. Marisa y Évelin, la miran incrédulas, pero no la ponen en duda, al fin y al cabo estamos en el siglo XXI.
 Pero en su casa y en su vida, el reloj se ha detenido en el siglo XVII, y Julia, por fuerza tuvo que aprender a mentir por necesidad, y a reinventarse cada día para esconder la verguenza. En su casa y en su mundo esto fue lo que ocurrió unas horas antes:
 
Julia plancha desganada, mientras Tomás, ya se ha tomado la quinta cerveza. La mesa del salón, se resiente del manotazo que dá, cuando le han metido un gol a su equipo. ¡El horno no está para bollos!, pero es muy importante para ella, ir a esa cena, y medita un poco mareada por el calor de la plancha, que excusa puede darle para salir esta noche. No es un buen momento para cabrearle, ni de dar lugar a una discusión; que tal vez acabe en algo peor, como otras veces. Aun así echa toda la carne en el asador y se acerca a él muy compungida. -Él que la nota cerca-, -la mira de reojo, sin dejar de concentrarse en el partido.
               -Acaban de llamarme al móvil, ¡tienes que haberlo oído!  ¡era mi hermana!
               - No he oído nada ¡no me molestes ahora!
               - Tengo que salir, a mi madre le ha dado otro ataque,  -te dejo la cena en el microondas.
               -Bien, ¡que no se te olvide! - pues pasarás allí la noche, que yo no tengo tiempo de ir a buscarte, -le contesta Tomás-, sin dejar de mirar la televisión.
                - No hace falta, -igual tenemos que internarla- ¡tú no te preocupes!

Salvado ya el primer obstáculo, Julia revisa el poco dinero que ha logrado escabullirle a su marido en los últimos meses. Se pasa los días limpiando casas, pero tiene que entregarle todo el sueldo a Tomás, porqué él piensa que el dinero tiene que manejarlo un solo administrador y si necesita algo se lo dará.

Sale de casa mal vestida y sin maquillar, y en una bolsa guarda un vestido negro y unos zapatos, y en su bolso un neceser con pinturas. Julia está acostumbrada a que le regalen ropa usada, las señoritas a las que sirve; que ella, nunca suele aprovechar; aun así, siempre la recibe con una sonrisa agradecida; porqué es eso lo que esperan cuando se la dan. No hay nada que les guste más a las señoritingas, que darle a la asistenta, la ropa que ya no quieren. Pero aquel vestido, era de su talla, y no estaba viejo del todo; tenía una etiquera raída de Dolce&Gabanna, y para Julia, que nunca se había puesto un vestido de marca, era el "no va más." LLega a la cafetería, donde ha quedado con sus amigas media hora antes. Tiene muchas ganas de ver a Evelyn; en el colegio eran inseparables, y espera de este encuentro la misma complicidad de siempre; aunque lleva por lo menos, cinco años sin verla. Cuando Julia sale del baño, luce radiante, y ninguna de las otras dos se imagina lo que ocurrió.
Porqué para ella que los demás vieran su dolor, sólo lo hacía mayor.

Las chicas que ya han cenado, salen del restaurante y se van a un pub de moda a bailar; pero sería interesante ver por una mirilla que pasó con sus maridos ¿o no?

Ya son las tres de la madrugada, y Luis se ha quedado dormido en el salón. Su equipo ha perdido al final, y su mujer se ha ido, sin despedirse. Cuando se despierta, nota las piernas agarrotadas, y todo el cuerpo entumecido. Pero ahora, sólo desea ver a Marisa entrar por la puerta, ni siquiera sabe porqué siempre le dice las mismas tonterías. Mañana le comprará un gigantesco ramo de rosas y todo se olvidará... 

A esa misma hora en casa de Evelyn reina el silencio. Alexia de diecisiete años, manosea divertida, un portaretratos con la foto de Gregorio y Evelyn, se les ve bien. En realidad toda la casa está llena de fotos de ellos, esboza una sonrisa, mientras piensa que son la típica pareja de yupis insoportables. Sobre la mesilla del teléfono, una laca de uñas medio abierta, denota descuido y prisas por salir; y en el interior de una agenda femenina, se leen multitud de anotaciones, y citas aplazadas, y en la última página escrita; una cena con amigas para hoy. No era la primera vez que hacía de canguro para tipos como Gregorio, pero esta vez, había sentido por él una antipatía desde el primer momento, a pesar de los cuatrocientos euros que le ofreció, por cuidar de sus hijos, durante dos o tres horas. Le había dejado muy claro, que los niños dormirían durante toda la noche, y era muy poco probable que se despertaran. Su misión, sólo sería vigilar que no se levantaran, y si oía algún ruído, o se destapaban, arroparles, sin encender las luces, y sobre todo que no se percataran de su presencia. Antes de salir, se había parado en la puerta, para recordarle que no se le ocurriera coger el teléfono. Alexia, que no tenía un pelo de tonta, enseguida entendió lo que pasaba; en realidad le daba igual, lo que pensara hacer aquel pijo presumido; pero resulta que cuando se dió cuenta, la niña ya estaba en el salón, con las manos sacudiendo el sueño de sus ojos. Alexia que sabía como hacer que se durmieran los niños, cogió un cuento de hadas que había sobre la mesa y Lorena, que tendría unos cuatro o cinco años, antes de llegar al final, se quedó dormida otra vez. Ya lleva un buen rato en su cama, y su hermano que no le calculaba más de dos años, no se había despertado en toda la noche. Mientras, sujetaba el cuento, contra su pecho, tuvo una idea genial, y ahora contemplando las fotos, no puede por menos, que echarse a reír. Cuando Gregorio llega, Alexia coge el dinero y olvida decirle que la niña se había despertado...

Y en el mismo tiempo, en casa de Julia, se celebra una pequeña fiesta. El equipo de Tomás ha ganado y reina la alegría. Se ha reunido con sus amigos y han traído también a unas cuantas chicas. Todos brindan y celebran el triunfo de su equipo, mientras disfrutan de una especie de eufórica orgía. Tomás se da él solo, palmaditas, de la suerte que tiene de tener tan bien domesticada a su mujer ¡no fuera que algún día, acabara como las putas que tenía al lado!

 Pero la noche continúa...
 Marisa, se ha tomado un par de vodkas con naranja, y se dá cuenta que no está al cien por cien. Por alguna razón, la pretenciosidad de Évelin, durante la cena la había llegado a incomodar, y la relación tan liberal de Julia, le habia hecho pensar que la única estúpida era ella, por soportar tantas majaderías. Por mucho que se ríera, no era un payaso lo que ella quería tener en casa. Y aunque ha tenido oportunidades durante toda la noche de ligar, no se ha comido una rosca; por lo que llega a la conclusión, que a ella, ni lo de las relaciones abiertas, le iban a funcionar.

Evelyn, mira de reojo como Julia no para de bailar; y se contrae la boca al recordar, la naturalidad con que había desaparecido, casi al momento de entrar; y ahora, había reaparecido moviéndose al ritmo de la música, sin parar de sonreir. Pero concreta en silencio, que el vestido que se ha puesto es una baratija ¡y no digamos los zapatos! Y será todo lo liberal que ella quiera, pero el sueldo de su marido, tampoco debe de dar para muchos caprichos. Está convencida que ella, es la más afortunada de las tres y se siente satisfecha al comprobar que ninguna de sus amigas está a su altura.

Son casi las cinco de la madrugada; todo está a punto de cerrar y las tres chicas, salen un poco mareadas del pub. Marisa coge un taxi para irse al otro extremo de la ciudad, y Évelyn coge otro, que la lleve a la zona residencial, donde tiene su acogedora casa. Cuando se van, Julia siente un ligero malestar, al recordar que al final se ha olvidado dejarle a Tomás su cena en el microondas. Sabe que el olvido, tal vez lo tenga que pagar caro. Extrae del enorme bolso que lleva, la bolsa de plástico donde ha guardado su vestido de andar por casa y sus zapatos planos. Los saca y deja la bolsa de plástico olvidada en un banco; mientras camina con una energía inusual, por las solitarias calles de la ciudad. Mira a los grupos de gente que todavía quedan rezagados en la calle, y de lejos ve a una pareja de adolescente discutir acaloradamente. Se queda unos instantes observando como se zarandean y sigue caminando con paso firme y resolutivo. Lleva todo el rato con el vestido en una mano y los zapatos en la otra, y decide que le están comenzando a pesar demasiado. Sin detenerse a pensar, los arroja en el primer contenedor que encuentra. Nunca, se ha sentido mejor, saca un cigarrillo del bolso, y sigue caminando; no sabe muy bien a donde ir, pero ya nunca más volverá a casa.

Cuando Marisa llega al portal de su piso, siente alivio al comprobar que está abierto; por alguna razón, siempre le cuesta mucho, encontrar sus llaves en el bolso; dislumbra desde fuera que no hay luz en el salón, y no tiene ningunas ganas de entrar en su casa. Sigue con la misma sensación, de ser un punto diminuto, atrapado en un ascensor. Su ánimo decae aún más, al comprobar que éste, está estropeado. Se quita los zapatos, y descalza sube a pie los cinco pisos. Al llegar, hurga en el bolso, hasta tantear las llaves, que al final logra encontrar, enroladas en la pitillera. Las introduce en la cerradura y comprueba que la puerta se abre, pero la vuelve a cerrar, y se queda unos instantes de espaldas a la puerta; sujetando el pomo con las dos manos; como si fueran a quitárselo, después se da la vuelta y lo suelta. Decide que no quiere entrar y baja a toda prisa, de nuevo las escaleras; tampoco sabe donde ir, sólo sabe que de momento no volverá.

 Evelyn, entra en su casa muy contenta, y se contempla en el espejo del recibidor, preguntándose si sus amigas se darían cuenta de lo caro que era su vestido. Tiene muchas ganas de acostarse, pero antes, echa un vistazo a los niños; y cuando ve a Lorena con la luz encendida, pasando páginas al cuento que ella, no tuvo tiempo de leerle; se lo quita de las manos con remordimiento. Cuando se percata de la nota que ha caído de su interior, la recoge con curiosidad de la alfombra de animalitos de disney. Poco a poco, su cara palidece, a medida que la lee:
  "¡hola!, hace ya unas horas que me fui, pero no tuve tiempo de acabar de leerle el cuento a tu hija, Sólo quedan las dos últimas páginas; supongo que cuando se despierte, querrás contarle el final. Por cierto, tu marido llevaba esta noche una colonia muy fina, pero sólo tardó tres horas en llegar. Me despido esperando, que tú también te hayas divertido".
                                                                    FIN