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SABOTAJE

Cuando Estela llegó al hospital, las dos chicas seguían discutiendo acaloradamente en los pasillos. La directora no dió crédito a sus oídos cuando encontró a sus dos mejores fichajes comportarse como arpías a punto de arrancarse la piel a tiras. Chesca con el uniforme desabrochado y la cara enrojecida zarandeaba el brazo de Pilar, mientras le vociferaba mil y un improperios. En cambio ésta última, bastante más taímada dejaba que unos cuantos lagrimones resbalasen por su cara, al tiempo que lejos de devolver los desaires, ponía la otra mejilla. 
                 -¡Basta ya! -estalló Estela conmocionada por las lágrimas de Pilar.
                  -¡No es culpa mía esta vez!, -inquirio Chesca con el rostro inexpresivo y sin el mínimo atisbo de compasión por su compañera.
                   -¡La tiene tomada conmigo!, yo sólo intento hacer bien mi trabajo, -dijo al fín Pilar mientras seguía llorando sin parar.
                    -¡Esto es imperdonable! -arremetió la directora dejando sobre la anatomía de Chesca una reprobadora señal de alarma sobre su futuro como enfermera.
  Aun así, ésta no hizo ni el mínimo esfuerzo por finiquitar aquella situación que tan poco la benificiaba y dando media vuelta se fue sin aclarar el porqué de aquel estallido de violencia que se había fraguado durante el turno de noche y había terminado como siempre durante los últimos meses, estrellándose contra ella. Chesca lo sabía. Sabía que nunca la creerían, que no importaban sus desesperadas explicaciones. En lo más hondo de su ser le ardía la impotencia de saber lo fácil que era para Pilar sabotear todo su trabajo sin levantar la mínima sospecha. Una extraña en su propia vida, un pájaro perdido que vuela cada noche para terminar en la misma jaula. Así se sentía aunque fuera incapaz de llorar, aunque fuera tan frágil que hasta una mosca podía hacerle daño; pero eso nadie podía intuirlo. Era tanto su afán por que nadie notara sus debilidades que ni siquiera se defendía con argumentos, ¿para qué?, pensaba que si la verad ya estaba escrita en el libro de la vida nada tenía que demostrar para rebatir la mentira, pero eso... nunca fue suficiente y seguía soportando las broncas por sus descuidos, las advertencias contínuas por su negligencia y, tenía que seguir soportando a Pilar; bastante menos impulsiva y calculadora, que sabía lo que quería y como conseguirlo. 

 Chesca había vuelto  muy cambiada después de las vacaciones de verano; algo se había renovado en el interior de la muchacha y le había dejado una pureza de espíritu que se había plasmado en su rostro, dejándole una sutil sonrisa casi perpétua. Todos se habían percatado de ello y también lo había hecho Pilar la primera noche después del asueto, que les tocó hacer una guardia juntas. Chesca la había abrazado y se había impregnado de aquel olor suyo a tabaco negro que siempre estaba adherido a su pelo. Extrañamente, aquel detalle le había dejado el cuerpo con un regusto a victoria sólo comprensible para ella que era una mujer de pequeños detalles, ya que pensaba que eran las pequeñas cosas las que definían a la persona y también las que al final quedaban en el recuerdo.
 Aquella noche cenaron un poco antes de comenzar la tarea y Chesca charló animadamente con Pilar, detallándole cada sitio donde había estado durante aquel mes de julio tan caluroso. Pilar admiró de boquilla el moreno tan intenso con que Chesca había regresado de sus vacaciones y, aunque ésta sabía a ciencia cierta que en el fondo se moría de envidia, disfrutaba enormemente al comprobar como se le torcía la boca de tanto sonreír de mala gana.
A las once de la noche, Pilar subió a revisar las plantas segunda y tercera y su compañera se quedó en la primera y, entró en la sala de curas, ya que era tarea suya preparar la medicación de los internos para el día siguiente. Chesca cerró la puerta muy despacio y encendió la tenue luz de la mesa mientras se relajaba en el sillón de cuero envejecido que había sido un capricho más de Estela, desde que se había hecho con la dirección del hospital. Sonríendo, se quedó ensimismada contemplando la rectangular vitrina de cristal donde estaba expuesta la medicación; aquella misma tarde ella había estado alli preparando las tres tomas de cada uno de los enfermos con extrema dedicación como siempre lo hacía, pero esta vez no habría errores, todo había sido revisado ya por Estela que le había dado un ultimatum a aquella chica que tan segura estaba de ser víctima de un sabotaje cada noche. La directora ante la insistencia de Chesca de que fuera revisado su trabajo para demostrar que Pilar era la responsable de tantos errores en la medicación, no tuvo más remedio que aceptar, no sin antes advertirle que si se equivocaba perdería toda su confianza y se pensaría muy seriamente la renovación de su contrato. La enfermera seguía con los ojos fijos en la vitrina y en las minúsculas cámaras que habían sido instaladas aquella tarde con extrema precisión y que abarcaban solamente el ángulo delantero de la vitrina, de manera que cualquiera que aquella noche se colacara delante de ella, sería interceptado sin lugar a dudas. En cambio el campo de visión no llegaba al lugar donde estaba sentada Chesca ni tampoco podía capturar el momento en que sacó del bolsillo de su uniforme dos colillas de ducados que colocó astutamente debajo de la mesa. Pero revisaba el reloj no sin un punto de neviosismo, no faltaba ya mucho para que Pilar terminase en las plantas de arriba y, si aquella noche decidía no sabotearla ella estaría acabada; así que cruzó los dedos y desapareció por la planta primera comenzando su trabajo por las habitaciones del fondo. Debía preparar el escenario para que todo estuviera tranquilo y Pilar pudiera campar a sus anchas; cerró la puerta y cogió el botiquín mientras el ascensor bajaba lentamente; apresuró el paso y se dispuso a tomar temperaturas y preparar las curas nocturnas. La ansiedad se apoderaba de ella y no la dejaba concentrarse en el trabajo; era tal el deseo por comprobar si la medicación seguiría como ella la había dejado aquella tarde que no podía imaginar que así fuera. Aquella noche precisamente, debería haber más errores que nunca.

A las ocho en punto, Estela tenía a las dos enfermeras en su despacho. -¡Quiero hablar con vosotras!, y su voz sonó opaca pero con un deje de satisfación que a Chesca no le pasó desapercibido.
                                       -Bien... creo que ya sé quien de vosotras dos va cubrir la plaza que tan honorablemente ha dejado libre nuestra querida Mercedes, quien tantos años ha dedicado a esta institución y que tan alto ha dejado el pabellón de enfermeras.
 Pilar con una sonrisa triunfal no dejaba de observar el rostro de Estela, buscando una mirada cómplice que no acababa de encontrar, pero Chesca no miraba nada en concreto y se entretenía con los dibujos minimalistas que decoraban las paredes de aquel despacho tan bien decorado.
 Cuando la directora le dijo que trabajaría  allí de forma permanente ya que el puesto era suyo, respiró intensamente y miró irónicamente a su contrincante, que se había quedado pálida y confusa al mismo tiempo.
 
La dos se disponían a salir, pero Estela no había terminado todavía...
                                        -¡Ah!, Pilar, ha quedado libre una plaza de limpieza, quizás te interese más que el trabajo que tienes ahora, así podrás recoger las colillas que dejas tiradas por doquier en la sala de curas. Y al fín concluyó con un "Ya podeis iros chicas"... 


 Ya estaban las dos en el quicio de la puerta y, Chesca buscó afanosamente una lágrima en el rostro de Pilar, una sola de las lágrimas que tan buen resultado le habían dado hasta entonces, pero sólo encontró un rictus de rabia contenida y silencio. Ninguna de las dos dijo nada.
                                                                         FIN