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SIETE DÍAS CON TERESA

"Crecí cerca de pinos y abedules en la parte baja de un pueblo que hoy ya no existe, por arriba se extendía una carretera llena de curvas que adentraba en los pueblos de alrededores: todos tan pequeños como Celleruelo y destinados a quedarse algún día vacíos y olvidados.
 Una vez viví en una casa rústica y bonita que tenía techos muy altos y un vistoso balcón plagado de hortensias multicolor y buganvillas, pero yo fantaseaba con la pequeña casita que había al otro lado del río; un día la pinté para poder mirarla por la noche, cuando las ventanas se cerraban y dejaba de ser visible para mí".



 El hospital de San Yelmo estaba sitúado en las afueras de la ciudad, era colosal y majestuoso y hacía muy poco tiempo que se había inagurado; los inmensos jardines hacían olvidar lo que se escondía detrás de sus paredes, sólo el caminar indeciso de los residentes recordaba que no era un hotel de lujo, sinó una fortaleza abierta a la desesperación.
 Llego puntual a mi primer día de trabajo. Una secretaria bastante estirada me indica donde está el despacho del director y me avisa también de que ya me está esperando desde hace rato.



 "Es invierno y hace mucho frío, mi madre asusta las lentejas  por tercera vez. Huelen muy bien porqué siempre las hace en la cocina de leña  a fuego muy lento, mientras, mi padre lee el periódico dominical; poco  después sale al balcón con la excusa de fumarse un cigarro, pero yo lo veo mirar de reojo la casa que a mí me fascina".

 La puerta del despacho está entreabierta y yo entro tímidamente. Pasan unos cinco minutos antes de que el doctor Vicente Aranda se percate de mi presencia, cuando lo hace inclina levemente la cabeza para que me siente y me acerca un montón de informes y fichas médicas. El director es alto y atractivo, aún no lo he visto de pie, pero puedo adivinar que es muy alto, tiene unas manos enormes y no lleva ningún anillo, pero sus uñas están muy cuidadas. Siempre me fijo mucho en las manos.
                                                   -la paciente se llama Teresa Vallejo, -me dice al fín, -ingresó aquí hace una semana, después de rodar por geriátricos  de mala muerte, por lo que se vé alguien está interesado en pagar su estancia aquí, así que quiero seguimiento contínuo y preciso y sobre todo, quiero resultados.
 Me mira a los ojos por primera vez y concluye hablando muy despacio y cadenciosamente.
                                                   -Te encargarás de ella todos los días de diez a doce de la mañana, después puedes tomarte un café. A la una en punto quiero un informe detallado sobre mi mesa, sin tópicos del tipo " está muy deprimida ni nada por el estilo", aquí todo el mundo está deprimido, así que toda tuya; esta última frase la pronuncia rápidamente mientras se relaja en el respaldo de su sillón, haciéndome  comprender que debo empezar pronto con mi trabajo.



 "Hoy el sol brilla por fín y yo puedo pasarme la tarde mirando por el balcón: Veo a una niña muy pequeña de unos tres años, tiene el pelo rojizo, su madre también es pelirroja y muy guapa. Las veo a las dos bailar en el jardín; el sol hace maravillas en sus cabellos y me gustaría verlas de cerca pero mi madre no me deja acercarme".



 La enfermera me acompaña al dormitorio de Teresa que está sentada en la cama leyendo un libro, no parece una enferma, por momentos pienso que está mucho más centrada que yo, pero cuando nota que estoy cerca de ella, levanta la mirada y puedo ver su cara llena de surcos y, una incógnita en sus ojos verdes que no puedo descifrar.



 "Las cosas no van bien en casa. Es sábado por la tarde y mis padres discuten acaloradamente, pero no es nada nuevo. Él la deja con la palabra en la boca y se va ladera abajo con su anorak nuevo, se ha ido sin darme un beso, pero lo disculpo porqué sé que está muy enfadado con mi madre.
 Sigo mirando hasta que lo veo desaparecer entre la hilera de pinos y poco después, llegando al porche de mi casita de colores. He cumplido diez años y entre los dos ya hay un secreto mudo. La cara vista es el empache y el desgaste de la obligación, la cara oculta es la pasión voluntaria y vehemente que a nada obliga".
A las doce siento por fín las llaves chasquear. Papá se acerca y me rodea con sus fuertes brazos, yo estoy chateando en el ordenador y el derrama al lado del ratón un montón de golosinas: bolitas de maiz con pasas, gominolas y almendras. Yo sonrío cuando me dice: "son para tí ratoncito", pero no se ha dado cuenta de que estoy en el chat, igual yo quito la página, pero él ya se está yendo hacía el sofá, donde mamá está tejiéndome un jersey con grecas alemanas. Soy la única niña del cole que todavía no lo tiene y  ella me ha prometido que el día de ramos podré estrenarlo. Papá se acerca a ella y le pregunta cómo está , ella deja caer mi jersey al suelo y le mira muy rara, noto que se  echa a llorar, pero él la abraza muy fuerte y yo siento mucha envidia. Después papá la lleva en brazos a la habitación y, yo apago el ordenador y recojo mi jersey del suelo. Las agujas se han salido de la lana y yo vuelvo a colocarlas."



Ojeo la ficha médica de Teresa y me parece sobreestimada: pirómana, sociópata, con tendencias suicida, en fin... ya sacaré mis propias conclusiones, pero ella no me lo pone nada fácil.
 Intento un acercamiento y le pregunto cómo se siente, pero soy novata y no sé por dónde empezar.
De pronto, ella cierra el libro resolutivamente y me dice tajante que su único problema siempre he sido yo. Por lo menos tiro de manual: "el paciente siente rechazo incoherente hacia su psiquiatra, odio injustificado", -esto explicaria que fuera antisocial, pero ella sonríe y logra intimidarme, ¡menudo marrón!, mal empezamos... 



 "No puedo parar de llorar, y no tengo quien me abrace, mi madre lleva horas fuera y mi padre ha salido corriendo en cuanto ha visto el fuego. La casa que está al otro lado del río está ardiendo, las llamas ascienden cada vez más y más y yo no puedo hacer nada, veo a mucha gente intentando mitigar el fuego pero ni rastro de mi padre, sólo llamas anaranjadas del mismo color del pelo de ellas. Siento un terrible dolor de estómado y creo que voy a vomitar"... 



                                                -Saco un mechero de mi bolso y lo enciendo delante de los ojos de Teresa, ella lo mira sin pestañear y vuelvo a sentirme escudriñada. Otro fracaso mi terapia de choque, está visto que no doy una...
                                                 -Háblame del fuego, Teresa, ¿que sientes cuando te imaginas un incendio?, puedo ayudarte si me de....  -no pude acabar la frase...
                                                   -Siento que eres una grandísima hija de puta, eso siento, tenías que haber muerto hace años, tú  deberías estar muerta...



  "Desde el incendio, mi padre parece más muerto que vivo, se pasa horas sentado en el sofá sin hablar con nosotras. Ya no existimos para él, sin embargo mi madre parece mucho más animada. Le he pedido que me cuente que pasó con la mujer y la niña que vivían en la casa y, me ha dicho que la mujer estaba desiquilibrada y le dió por quemarlo todo con su hija dentro. - Ya está en un manicomio de donde no saldrá nunca, -se despachó a gusto para terminar".


 
No se puede decir que en los días sucesivos hiciera grandes avances con Teresa, cada vez que me veía entrar, me clavaba aquellos ojos tristes pero todavía bonitos en mi piel y yo cada día que pasaba, estaba más desconcertada. Por mucho que lo intentaba no conseguía hacerme con ella y temía que a los quince días me finiquitaran por incompetente.
 Sin embargo, el doctor Aranda estaba teniendo mucha paciencia conmigo, y se limitaba a sonreir irónicamente cuando leía mis informes. A mí cada vez me gustaba más, pero tampoco con él conseguía conectar demasiado. Sin duda había comenzado con mal pie mi aventura en el San Yelmo.



 "A mi madre no le duraron mucho las alegrías, hacía tiempo que estaba enferma, aunque yo de eso nada sabía y murió un año despúes del fatal incidente, tras una penosa enfermedad. Mi padre estuvo con ella hasta el final y mostró una devoción poco común. En los últimos tiempos no se separaba de su cama pero a mí seguía ignorándome. Cuando mi madre murió los dos nos quedamos solos, extrañamente juntos sin hablarnos, y cuando me fui de casa borré mis recuerdos hasta hoy, que me he decidido  a escribirlos. Lo hago para no olvidarme que alguna vez fui una niña. Por cierto, me llamo Isabel y hace una semana que empecé a trabajar en un prestigioso psiquiátrico".



 Fue el séptimo día cuando comencé a ver un poco de luz. Teresa me recibió con una sonrisa y se había puesto un vestido nuevo en tonos pastel, el pelo recogido le confería un aspecto mucho más joven  y extrañamente como por arte de magia volvía a aparentar los  cincuenta y seis años que rezaba su ficha.
                                                -Siéntate, ¿es posible que no me recuerdes?
                                                -No la entiendo respondí, sólo hace siete días que he llegado y nunca nos habíamos visto. "Fantasía organizada", -pensé... y me dispuse a ponerlo en el informe.
                                                -Creo que voy a hurgar yo en tu cabeza para que vuelvan tus recuerdos, te odié durante años, porqué eras el único obstáculo entre tu padre y yo, pero he recapacitado...
                                                -Los músculos se me paralizaron y creía que iba a sufrir un ictus o algo parecido, pero me quedé muda mirándola y, ella muy tranquila siguió poniéndome al día:
                                                -Mi pequeña se parecía a tí, tu padre me ha enseñado muchas fotos tuyas, por eso te reconocí desde el principio. Siempre decía que algún día le daría a ella lo mismo que a tí, y que tiempo al tiempo, pero el tiempo un día se acabó, ¿recuerdas?
                                                -la pequeña casa del río, acerté a decir tartamudeando, -¿porqué acabar con todo de esa manera? -apostillé cohibidamente.
                                                -Teresa empezó una risa nerviosa que se me hizo larguísima y me dió mucho miedo, cuando terminó pude ver amargura en sus ojos, más amargura que odio.
                                                -Fue ella, fue tu madre quien mató a mi hija, ah no lo sabías, ya... Cuando llegó tu padre fue tarde . Betsabé ya estaba muerta, fíjate, yo creí que iba a salir en mi defensa, porqué vio a tu madre escabullirse entre la maleza como una zorra en celo, pero... se hizo el loco y aquí me tienes, -¿era esto lo que querías?
                                                -Ahora, tu padre está arrepentido de lo que hizo y está dispuesto a aclararlo todo, ya no queda tiempo para odiar, ¡anda! -redacta el informe ese que tanto esperan y sácame de aquí cuanto antes, ahora él está hablando con el doctor, creo que empezaré una nueva vida...

 
Aquella mañana no entré en el despacho del director, decidí que se lo daría al día siguiente, tenía claro que no quería volver a ver a mi padre y de su vida y de la de Teresa nada he vuelto a saber, pero ha pasado un año y sigo trabajando en el San Yelmo y, lo mejor es que he comenzado a salir con Vicente. Nos va bien y espero que nuestra vida sea menos complicada.



                                                        fin