Violeta Gaspar fue su nombre artístico, cuando era joven. Nunca llegó a ser actriz principal; su físico y su voz acartonada con vis cómica, la encasillaron en papeles secundarios de relleno, pero tampoco ella aspiró a ser nada más. Creía conocer muy bien sus limitaciones, aunque estaba equivocada, porqué era una de las mejores actrices cómicas de reparto.
Pero en los años setenta, ese tipo de actrices de comedia, con mucho desparpajo, eran imprescindibles para dar brillo a las protagonistas. En mi opinión, eran lo único que salvaba aquellas películas mediocres.
Ahora rebasados ya con creces los sesenta años, malvivía como podía y prácticamente ya todo el mundo se había olvidado de ella, a pesar de haber interpretado más de cien películas. Sólamente de vez en cuando, acudía a algún programa de radio, sin ánimo de lucro, donde se sentía cómoda contando anécdotas y se le calentaba la boca de vez en cuando.
De su juventud no guardaba demasiados buenos recuerdos, ni a nivel personal, ni profesional; no había sido la estrella a la que le envíaban flores a diario, tampoco el sueño imposible de ningún actor famoso, ni tan siquiera el juguete roto después de haber sido utilizado.
Sin embargo, en aquellos tiempos en que los desnudos en películas de segunda fila y la exposición de mujer objeto eran la tónica argumental de la época, hasta las mujeres sencillas como Violeta eran invitadas a fiestas después de los rodajes; siempre acompañadas de actrices bellísimas como plato principal, pero no siempre accesibles a los galanes que se volvían normales cuando dejaban de rodar las merengadas y artificiosas escenas de amor.
Antonio Felladini, era un galán italiano, que llevaba tiempo afincado en España; porqué seguramente en su pais no había sitio para él, en un cine de calidad que evidentemente le venía grande. Siempre fue más conocido por sus devaneos amorosos y fama de conquistador que por sus méritos como actor. Pero el guapo caradura que estaba siendo contratado en el cine predominante de la época, me imagino yo, que para vulgarizarlo y empobrecerlo un poco más de lo que estaba; era considerado toda una celebridad.
Fue en una de esas fiestas, en una de esas casas de la Moraleja que con los años se convirtieron en prostíbulos de lujo; pero que entonces se utilizaban como simples picaderos, cuando Antonio y Violeta coincidieron. No estaban sólos, por supuesto: había actrices guapas, empresarios de cine grasientos, actores mediocres, otros un poco mejores y, hasta algún prometedor director de cine se había colado.
Y el alcohol siempre presente, iba debilitando y embruteciendo aquellas fiestas nocturnas en que ni era importante como empezaban, ni se preocupaba nadie de como terminaban. Violeta se dejaba llevar, y con un par de copas y, seguramente, por su débil constitución, siempre acababa tumbada en uno de los cuartos de arriba; pero no precisamente acompañada, sinó que cuando veía que no podía más; subía las escaleras tambaleándose, hasta que se encontraba con la primera habitación libre.
Antonio se pavoneaba entre todas aquellas bellezas, mientras bebía y charlaba con sus colegas e intentaba conseguir algún papel, dándoselas de imprescindible, delante de los empresarios y directores de cine.
Una noche y, de casualidad, vió subir a Violeta, cogida precavidamente al posamanos de la escalera, sin prestarle mucha atención. Pero aunque siempre llevaba del brazo a actrices famosas y damas de la aristocracia, no siempre conseguía llevárselas a la cama; eso, sólo formaba parte de la leyenda que le adornaba. En realidad había estado casado en cinco ocasiones, que era la única manera lícita en aquellos años de tener a una mujer gratis todos los días; aunque en alguna ocasión había pagado a prostitutas, de lujo eso sí; excepto cuando pillaba alguna en el retiro que le gustaba, entonces se cuidaba que nadie lo viese, y la subía en su flamante deportivo.
Si Violeta ahora, recordaba como naranja amarga a Antonio, no era por el poso resquemoso que deja un amor no correspondido con el paso de los años, ni tampoco por la rabia de haber sido tratada como a una mierda. Demasiado borracha estaba aquella noche, y demasiados años habían pasado para andarse con majaderías.
Al fin y al cabo, no había sido una noche para recordar; el tipo tan sólo había entrado de puntillas apestando a whiskey y se le había tirado encima, apartando toda la ropa que le estorbaba y la había penetrado sin más. Cuando Violeta abrió los ojos como platos y lo reconocio ya era tarde para ella y, cuando lo vió alejarse y empujar despacio la puerta tras de él, ella los volvió a cerrar y pensó que tan sólo había sido el bocadillo de un hombre importante al que aquella noche no le habían servido la cena que había pedido. Así se había sentido siempre, desde que con veinte años, le dieron el primer papel de chacha paleta en una escena que apenas duró cinco minutos. Desde entonces, habían ido llegando papeles con argumentos similares, donde su voz y su talante cómico enseñaban a una actriz con mucho talento para la comedia. Era la tercera fiesta a la que acudía, cuando el incombustible Antonio la rozó durante unos minutos que no supo impedir a tiempo. Y ahora, pensaba en él con la resignación impuesta que dan las arrugas y una vida no demasiado feliz. No supo definir con precisión, el motivo de que una lágrima resbalara por su cara después de tanto tiempo.
-Siéntate Violeta, no será muy diferente a cuando eras actriz.
El hombre, corpulento y con las mejillas sonrosadas, miró directamente a los ojos de la mujer, mientras ella, ocultos por las pestañas postizas, los había fijado en el centro de la papelera y se mantenía en silencio, sin dar crédito a lo que oía.
-Nunca había hablado de esto con nadie -dijo ella, en un tono neutro y timorato.
-¡Pues el otro día en la radio, bien que te explayaste!, pero todo tiene solución Violeta. A su viuda le ha faltado tiempo para ponerte una denuncia, pero está dispuesta a negociar, si tu te avienes, claro, ¡Yo diría que no te queda otra!, -apostilló el tipo-, mientras corría las cortinas del despacho, recargado de muebles bonitos, que no eran precisamente de Ikea.
Antonio Felladini había muerto hacía unos diez años, y su viuda veinte años más joven que él y bastante más que Violeta, vió el cielo abierto, cuando escuchó a quien ella consideraba una insignificante actriz de reparto, relatar como su marido la había violado una noche de sarao.
-¿Que tengo que hacer? -acertó a preguntar Violeta-, sin perder un ápice de timidez.
-Tú, sólo llora, antes del aplauso.
-¿llorar?, a estas alturas, ¿porqué tengo que llorar?
-Porqué es lo que demanda la audiencia, y el motivo por el que te embolsarás treinta mil euros, por eso Violeta.
-Su viuda Irene, se pensará perdonarte, mientras nuestros colaboradores la incitan a que lo haga, y acordará pensar en quitarte la denuncia. Ella se lleva su dinero, tu el tuyo, y nosotros hacemos nuestro programa.
-¿Llorar antes del aplauso?
-Si, primero te muestras borde y pones a Irene un poco nerviosa. Ella hablará del daño que le has hecho a sus hijos, y tu sacarás con disimulo el colirio de tus tetas y te lo llevarás directita al lagrimal. Después el publico aplaudirá y todos felices.
-He sido actriz, no creo que haga falta colirio. -musitó-, con un punto de verguenza en la pica de la lengua.
-No, no Violeta es importante que todo salga como está previsto. Tú lloras y mientras te secas las lágrimas, la cámara recogerá un primer plano tuyo, después se girará hasta donde está Irene y la cámara mostrará su mirada perdida mientras tantea perdonarte o no. La gente desde sus casas sentirá cosquilleos en el estómago cuando confieses que no lloras por lo que te hicieron, y sólo lo haces por el trauma que has causado a sus hijos contándolo. No olvides que se está olvidando ya la fiebre de haber ganado el mundial y necesitamos carnaza que vuelva a hacer encoger las tripas, nuevas emociones, no siempre las mismas historias. Vivimos tiempos de crisis Violeta, y quien sabe si todo esto te devolverá a tu profesión... quieren versionar esa serie americana, umm, si, la de las chicas maduritas, ¿sabes de qué te hablo? Corren buenos tiempos para los seriales en la cadena.
-No me siento con fuerzas, ¿quién te dice qué se lo van a tragar?
-Bueno, si tuvieras treinta años y un buen polvo, la cosa cambiaría, pero ahora... tienes una pinta que da pena, ¿no, esto...no has pensado en pasar por el quirófano? Das mucha lástima, pero es lo que el público quiere: oir y ver desgracias mayores de las que tienen. -concluyó- dándole a Violeta una palmadita en la espalda.
-¡Irene es preciosa! ¿no debería dar pena también?
-oh si, ¡esa tía tiene un polvazo!, ¡está buenísima! -balbuceo él-, mientras se subía los pantalones embutidos en su barriga, tipo fraga iribarne.
- ¡las lágimas las pones tú!, -pero Irene está en boga, por lo del futbolista ese... todo esto, lavará su imagen, y ella está encantada.
-¡A nuestro público femenino le revientan las calientapollas!, pero a tí te ha nacido una flor en el culo, este es un buen negocio para todos, Violeta...
Cuando hacía tan sólo dos meses, Violeta Gaspar había sido invitada a los desayunos de onda alfa, junto a dos actrices casi tan olvidadas como ella como ella, no se imaginaba que el comentario que hizo sobre Antonio, le iba a reportar unos cuantos meses de pagos de facturas atrasadas; aunque nunca se atrevió apreguntar la cantidad que Irene Casal se embolsaría. Tampoco le importaba.
El programa estrella del canal gamma, había recogido las más altas cotas de audiencia, la noche en que Violeta e Irene recordaron a Anronio Felladini. Al final, las dos mujeres se fueron cada uno por su lado; Irene, altiva y dejando entre el público un halo de bondad y comprensión indiscutible y Violeta cabizbaja, y palmeada por el presentador y colaboradores que tan magistralmente la habían acompañado en el primer papel protagonista de su vida.
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Un beso para todas las "violetas gaspar" del mundo y para todas las actrices y actores cómicos de reparto de los años de la transición; que tanto contribuyeron a enaltecer el cine español. Sin ellos, nunca sería lo que es hoy. Y sobra decir el respeto que siento por el cine italiano, cuna de actores y directores inigualables.
FIN
De su juventud no guardaba demasiados buenos recuerdos, ni a nivel personal, ni profesional; no había sido la estrella a la que le envíaban flores a diario, tampoco el sueño imposible de ningún actor famoso, ni tan siquiera el juguete roto después de haber sido utilizado.
Sin embargo, en aquellos tiempos en que los desnudos en películas de segunda fila y la exposición de mujer objeto eran la tónica argumental de la época, hasta las mujeres sencillas como Violeta eran invitadas a fiestas después de los rodajes; siempre acompañadas de actrices bellísimas como plato principal, pero no siempre accesibles a los galanes que se volvían normales cuando dejaban de rodar las merengadas y artificiosas escenas de amor.
Antonio Felladini, era un galán italiano, que llevaba tiempo afincado en España; porqué seguramente en su pais no había sitio para él, en un cine de calidad que evidentemente le venía grande. Siempre fue más conocido por sus devaneos amorosos y fama de conquistador que por sus méritos como actor. Pero el guapo caradura que estaba siendo contratado en el cine predominante de la época, me imagino yo, que para vulgarizarlo y empobrecerlo un poco más de lo que estaba; era considerado toda una celebridad.
Fue en una de esas fiestas, en una de esas casas de la Moraleja que con los años se convirtieron en prostíbulos de lujo; pero que entonces se utilizaban como simples picaderos, cuando Antonio y Violeta coincidieron. No estaban sólos, por supuesto: había actrices guapas, empresarios de cine grasientos, actores mediocres, otros un poco mejores y, hasta algún prometedor director de cine se había colado.
Y el alcohol siempre presente, iba debilitando y embruteciendo aquellas fiestas nocturnas en que ni era importante como empezaban, ni se preocupaba nadie de como terminaban. Violeta se dejaba llevar, y con un par de copas y, seguramente, por su débil constitución, siempre acababa tumbada en uno de los cuartos de arriba; pero no precisamente acompañada, sinó que cuando veía que no podía más; subía las escaleras tambaleándose, hasta que se encontraba con la primera habitación libre.
Antonio se pavoneaba entre todas aquellas bellezas, mientras bebía y charlaba con sus colegas e intentaba conseguir algún papel, dándoselas de imprescindible, delante de los empresarios y directores de cine.
Una noche y, de casualidad, vió subir a Violeta, cogida precavidamente al posamanos de la escalera, sin prestarle mucha atención. Pero aunque siempre llevaba del brazo a actrices famosas y damas de la aristocracia, no siempre conseguía llevárselas a la cama; eso, sólo formaba parte de la leyenda que le adornaba. En realidad había estado casado en cinco ocasiones, que era la única manera lícita en aquellos años de tener a una mujer gratis todos los días; aunque en alguna ocasión había pagado a prostitutas, de lujo eso sí; excepto cuando pillaba alguna en el retiro que le gustaba, entonces se cuidaba que nadie lo viese, y la subía en su flamante deportivo.
Si Violeta ahora, recordaba como naranja amarga a Antonio, no era por el poso resquemoso que deja un amor no correspondido con el paso de los años, ni tampoco por la rabia de haber sido tratada como a una mierda. Demasiado borracha estaba aquella noche, y demasiados años habían pasado para andarse con majaderías.
Al fin y al cabo, no había sido una noche para recordar; el tipo tan sólo había entrado de puntillas apestando a whiskey y se le había tirado encima, apartando toda la ropa que le estorbaba y la había penetrado sin más. Cuando Violeta abrió los ojos como platos y lo reconocio ya era tarde para ella y, cuando lo vió alejarse y empujar despacio la puerta tras de él, ella los volvió a cerrar y pensó que tan sólo había sido el bocadillo de un hombre importante al que aquella noche no le habían servido la cena que había pedido. Así se había sentido siempre, desde que con veinte años, le dieron el primer papel de chacha paleta en una escena que apenas duró cinco minutos. Desde entonces, habían ido llegando papeles con argumentos similares, donde su voz y su talante cómico enseñaban a una actriz con mucho talento para la comedia. Era la tercera fiesta a la que acudía, cuando el incombustible Antonio la rozó durante unos minutos que no supo impedir a tiempo. Y ahora, pensaba en él con la resignación impuesta que dan las arrugas y una vida no demasiado feliz. No supo definir con precisión, el motivo de que una lágrima resbalara por su cara después de tanto tiempo.
-Siéntate Violeta, no será muy diferente a cuando eras actriz.
El hombre, corpulento y con las mejillas sonrosadas, miró directamente a los ojos de la mujer, mientras ella, ocultos por las pestañas postizas, los había fijado en el centro de la papelera y se mantenía en silencio, sin dar crédito a lo que oía.
-Nunca había hablado de esto con nadie -dijo ella, en un tono neutro y timorato.
-¡Pues el otro día en la radio, bien que te explayaste!, pero todo tiene solución Violeta. A su viuda le ha faltado tiempo para ponerte una denuncia, pero está dispuesta a negociar, si tu te avienes, claro, ¡Yo diría que no te queda otra!, -apostilló el tipo-, mientras corría las cortinas del despacho, recargado de muebles bonitos, que no eran precisamente de Ikea.
Antonio Felladini había muerto hacía unos diez años, y su viuda veinte años más joven que él y bastante más que Violeta, vió el cielo abierto, cuando escuchó a quien ella consideraba una insignificante actriz de reparto, relatar como su marido la había violado una noche de sarao.
-¿Que tengo que hacer? -acertó a preguntar Violeta-, sin perder un ápice de timidez.
-Tú, sólo llora, antes del aplauso.
-¿llorar?, a estas alturas, ¿porqué tengo que llorar?
-Porqué es lo que demanda la audiencia, y el motivo por el que te embolsarás treinta mil euros, por eso Violeta.
-Su viuda Irene, se pensará perdonarte, mientras nuestros colaboradores la incitan a que lo haga, y acordará pensar en quitarte la denuncia. Ella se lleva su dinero, tu el tuyo, y nosotros hacemos nuestro programa.
-¿Llorar antes del aplauso?
-Si, primero te muestras borde y pones a Irene un poco nerviosa. Ella hablará del daño que le has hecho a sus hijos, y tu sacarás con disimulo el colirio de tus tetas y te lo llevarás directita al lagrimal. Después el publico aplaudirá y todos felices.
-He sido actriz, no creo que haga falta colirio. -musitó-, con un punto de verguenza en la pica de la lengua.
-No, no Violeta es importante que todo salga como está previsto. Tú lloras y mientras te secas las lágrimas, la cámara recogerá un primer plano tuyo, después se girará hasta donde está Irene y la cámara mostrará su mirada perdida mientras tantea perdonarte o no. La gente desde sus casas sentirá cosquilleos en el estómago cuando confieses que no lloras por lo que te hicieron, y sólo lo haces por el trauma que has causado a sus hijos contándolo. No olvides que se está olvidando ya la fiebre de haber ganado el mundial y necesitamos carnaza que vuelva a hacer encoger las tripas, nuevas emociones, no siempre las mismas historias. Vivimos tiempos de crisis Violeta, y quien sabe si todo esto te devolverá a tu profesión... quieren versionar esa serie americana, umm, si, la de las chicas maduritas, ¿sabes de qué te hablo? Corren buenos tiempos para los seriales en la cadena.
-No me siento con fuerzas, ¿quién te dice qué se lo van a tragar?
-Bueno, si tuvieras treinta años y un buen polvo, la cosa cambiaría, pero ahora... tienes una pinta que da pena, ¿no, esto...no has pensado en pasar por el quirófano? Das mucha lástima, pero es lo que el público quiere: oir y ver desgracias mayores de las que tienen. -concluyó- dándole a Violeta una palmadita en la espalda.
-¡Irene es preciosa! ¿no debería dar pena también?
-oh si, ¡esa tía tiene un polvazo!, ¡está buenísima! -balbuceo él-, mientras se subía los pantalones embutidos en su barriga, tipo fraga iribarne.
- ¡las lágimas las pones tú!, -pero Irene está en boga, por lo del futbolista ese... todo esto, lavará su imagen, y ella está encantada.
-¡A nuestro público femenino le revientan las calientapollas!, pero a tí te ha nacido una flor en el culo, este es un buen negocio para todos, Violeta...
Cuando hacía tan sólo dos meses, Violeta Gaspar había sido invitada a los desayunos de onda alfa, junto a dos actrices casi tan olvidadas como ella como ella, no se imaginaba que el comentario que hizo sobre Antonio, le iba a reportar unos cuantos meses de pagos de facturas atrasadas; aunque nunca se atrevió apreguntar la cantidad que Irene Casal se embolsaría. Tampoco le importaba.
El programa estrella del canal gamma, había recogido las más altas cotas de audiencia, la noche en que Violeta e Irene recordaron a Anronio Felladini. Al final, las dos mujeres se fueron cada uno por su lado; Irene, altiva y dejando entre el público un halo de bondad y comprensión indiscutible y Violeta cabizbaja, y palmeada por el presentador y colaboradores que tan magistralmente la habían acompañado en el primer papel protagonista de su vida.
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Un beso para todas las "violetas gaspar" del mundo y para todas las actrices y actores cómicos de reparto de los años de la transición; que tanto contribuyeron a enaltecer el cine español. Sin ellos, nunca sería lo que es hoy. Y sobra decir el respeto que siento por el cine italiano, cuna de actores y directores inigualables.
FIN