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UN REGALO ORIGINAL

Lo importante de un regalo no es el contenido, lo que entra por la vista es un buen envoltorio, unos lacitos rizados, una nota sugerente... Es como la vida, siempre nos fijamos más en lo de fuera que en lo de dentro, pero yo quería que a Julia le quedara un buen sabor de boca y me esmeré en elegirle algo realmente digno de ella. Mi hermana  se casa mañana y su madre y ella andan estos días afanosas, dejando la casa de punta en blanco. ¡Una pena que mi padre ya no esté!, yo creo que él también disfrutaría del regalo.
Aunque tengo que agradecer que me preparasen tan bien el contenido del mismo, la verdad que yo me ocupé de envolvérselo y adornárselo y, de escribirle una nota muy fraternal. Para alguien tan marujona y superficial como Julia, sabía que eso era lo primero en lo que se fijaría y le elevaría las expectativas.

 Apenas entro en el pueblo, diviso el estanque que da entrada a su casa; el agua sigue turbia y desangelada como cuando éramos niñas. En cuanto ven asomar mi coche, salen a recibirme escopetadas. Cuando las veo, ganas me dan de pegar un volantazo y llevármelas por delante, pero me contengo y freno. Mientras, ellas golpean la ventanilla como si fueran dos moscas cojoneras. Julia, que es más antigua que el papa, se queda mirándome como una idiota y me casca dos besos que me dejan aroma de aguardiente. Lo de su madre es peor y cuando me doy cuenta, me planta delante de los pies, unas horribles zapatillas a cuadros verdes y grises. -¡póntelas!, -me dice muy amable, que aquí ya empieza a refrescar y están muy calentitas.
 La muy arpía, lo que tiene miedo es que le ralle el piso con mis tacones, pero, ¡se va a joder!, porqué yo las botas no me las quito.
 Cualquiera se preguntaría que hago con ellas, si no las soporto. Bueno, al fín y al cabo, son la única familia que tengo. Y es que mi hermana se casa, y nobleza obliga a regalar el día antes de la boda.

 La culpa la tuvo mi padre, que me impuso en sus vidas por la fuerza. Con ellas me llevó, al poco de morir mi madre, y allí me quedé yo para recordarles que había tenido una amante y que sus viajes a la ciudad eran algo más que negocios.

Yo tenía seis años y Julia doce. Llegué con mis coletas y una muñeca preciosa que disfruté hasta que ella me la tiró al estanque y nunca más supe de ella.
 Apenas me vieron, me escudriñaron como a un mandril, aunque con el tiempo aprendieron a tratarme como un sapo sarnoso. Mi padre nunca se enteraba de nada, aunque he de reconocer que Manuela: su mujer, es una bruja de mucho cuidado; que me hacía carantoñas delante de él y, en cuanto se iba, me zarandeaba las coletas con tanta fuerza que me hacía llorar. La muy puñetera estaba gorda como una foca y me daba cada empujón que me hacía caerme al suelo.  

 Entro, pisando muy despacio y coloco el regalo visible para todas, quiero mantener la intriga y, no la dejaré abrirlo todavía, pero le dejo que lea la nota con un "deseo que te guste" y donde le doy las gracias por haber sido tan buena conmigo. Me ofrecen un café revenido hecho  en tartera y con manguito, y sacan de no sé dónde una botella de anís del mono que me recuerda las rosquillas que nunca me llegué a comer, porqué Manuela era muy guasona y apenas me ponía una en la boca me la volvía a quitar para dársela a mi hermana. Aun así en mi registro olfativo quedó para siempre el olor del anis que les echaba. Tampoco mi padre se enteró nunca de eso. 
 Ahora toca contar anécdotas de la infancia y me cuentan cosas que yo no recuerdo ni por asomo, pero de repente me acuerdo de como escapaba de ellas, para esconderme en la despensa y que no me azotaran con la escoba. Solía permanecer allí, hasta que mi padre llegaba, entonces yo me echaba en sus brazos y las muy perras disimulaban. No les refresco la memoria, porqué mañana Julia se casa y se la ve muy sensiblona.
  No quita ni un segundo la vista de mis mosqueteras; yo estoy muy orgullosa de ellas , porqué me costaron una pasta y me hacen un cuerpo de cine. Temo que de un momento a otro me pregunte por el precio, porqué ella es así de hortera. Pero mira mis botas, luego mira el regalo y lo que me pregunta es si lo que hay dentro es de piel. Yo aunque no quiero dar muchas pistas le contesto que sí, que piel lleva bastante. Ella sonríe y sé que ya se le está haciendo la boca agua, aunque todavía no sepa porqué.

 Me llamo Ángela como mi madre y, la recuerdo siempre muy dulce conmigo y esperando que mi padre llegara y se quedara con nosotras el fin de semana; la recuerdo contándome cuentos infantiles que recreaba con tanta gracia que más que hacerme dormir me mantenían en vela, imaginándome que yo estaba dentro de la historia, pero... un día ella se suicidó y los cuentos se acabaron para mí.

 Ahora veo a Manuela, que sigue tan gorda como siempre, juguetear con las cintas del regalo, pero yo no quiero que ande husmeando antes de tiempo, porqué siempre tuvo olfato de mastín y le gusta andar olisqueándolo todo. Así que le pido que me acerque un cenicero, para que se aleje de él cuanto antes. Enciendo un cigarrillo y le ofrezco otro a mi hermana que para mi sorpresa, acepta sin titubeos; luego, la muy cursi se toca la barriga y me suelta que dentro de poco ya no podrá fumar.
  Tengo que reconocer que fuma con cierto estilo. Y va, y me recuerda aquella vez que la tiré al estanque y de lo mucho que nos reímos. Pero aquel día, la única que me reí fui yo, al ver su cara de espanto por la humillación. Me había hinchado mucho las narices llamándame bastarda sin parar y yo, que era mucho más bajita, le puse los brazos en sus muslos y la lancé al agua de un sólo empujón.

 Ya se está haciendo tarde y creo que es hora  de abrir el regalo. No me gusta conducir de noche y como siga bebiendo anís ni voy a poder levantarme de la silla. Me acerco despacio y lo planto encima de la mesa, donde estamos charlando las dos. Me quedo unos instantes observando el rostro de Julia. Ella no puede ver lo que se esconde detrás de mis ojos, porqué nunca fue muy lista y no sabe leer entre líneas; tampoco tiene muy buena memoria y a menudo, da la impresión de que se le va la pinza. Pero yo puedo casi tocar la emoción de su cara. Cuando está contenta se le inflan los mofletes y parece un balón de futbol. Manuela ya se ha acercado también e insisto en abrir yo misma el regalo, alegando que me hace ilusión, y ellas se quedan a la espera entusiasmadas.
 Ya estoy desatando los lacitos; lo hago muy despacio, y hasta me paro, mientras sonrío. Ellas sólo miran el regalo y, no saben lo mucho que me excita el ritual. Me imagino su cara cuando vean lo que hay dentro y ya estoy empezando a sudar de puro placer.
 Ya he apartado los lazos y sólo queda el papel; levanto la cinta adhesiva con mis uñas, y enseño la caja de cartón. Pero noto que los extremos, se han impregnado de unas manchas de grasa y ellas lo notan también. Es cuestión de segundos y no les doy tiempo a pensar.
 Yo saco mi móvil del bolso, porqué un momento así, hay que inmortalizarlo... 
Disparo deprisa, casi al mismo tiempo en que levanto la tapa de la caja. Creo, que pondré la foto como fondo de pantalla del ordenador, al menos durante un tiempo. La cara que pusieron las dos cuando vieron la gloriosa cabeza de cerdo, alzarse ante nosotras como una esfinge egipcia, no tiene desperdicio. Además, una vez fuera de la caja conservaba todo su aroma y, seguro que estaba muy sabrosa.
                                                                         FIN