Allí estaban, lánguidas, apagadas, recórdandole que igual, si era cierto que se olvidaba de todo; ya llevaban seis días aquellas mimosas sobre la mesa y habían perdido su brillo original, el brillo que tienen las cosas que están vivas todavía. Pero aquellas flores eran las únicas que le gustaban a Olivia, que se mantenía a unos pasos de ellas, sin atreverse a tocarlas, a pesar que ya despedían un olor desagradable.
Aquella mañana se había levantado tarde, pero estaba segura de haber retirado aquel ramo de mimosas que ahora tenía frente a ella; recordó haberlas metido en una bolsa y como unas cuantas motitas amarillas se habían ido al suelo, y todavía le llegaba sin exfuerzo el olor putrefacto del contenedor cuando las metió en él. Serían más o menos las ocho de la mañana, sabía que no podía ser más tarde porqué llegó al trabajo a las ocho y media y fue directa al lavabo porque le habían quedado entre los dedos unas manchitas amarillas, que por cierto le costó bastante quitarse.
Pero ahora eran las cinco de la tarde, acababa de entrar por la puerta y, se había ido directa al salón para encender el ordenador, sin embargo se encontró de nuevo con las mimosas. Olivia se quedó mirándolas. Cuando Raul llegó, aún estaba obnubilada; la encontró allí de pie, y le recriminó que siguieran allí aquellas flores. Él las odiaba, pero eso era algo a lo que ella se había acostumbrado, en los seis meses que llevaban casados, nunca se habían puesto de acuerdo en nada y se pasaban el día peleados por tonterías pero siempre se reconciliaban muy apasionadamente.
Así que ella se sentía feliz. Odiaba la rutina del "todo va bien", lo supo poco antes de casarse, cuando él tuvo un cabreo desproporcionado el día que sellaron su compromiso. Habían salido con una pareja de amigos, con la que siempre solían alternar, y se habían ido a cenar a un restaurante a las afueras.
Poco antes de entrar, ella había visto unas palmeras estupendas que eran ideales para tomar fotografías, le pidió a él que le dejara la cámara, y mientras los chicos entraron, ella y su amiga Eli se hicieron varias tomas muy divertidas. Después, la cena había sido fabulosa y Raul le había metido un pedrusco espectacular en su copa de cava, que a punto estuvo de tragárselo: era de talla media y muy de su estilo, pero la magia se rompió cuando él se empeñó en que sus amigos les tomaran una foto a los dos para que Olivia luciera el anillo; cuando sacó la cannon del bolso y notó que faltaba la funda, enseguida hizo ademán de irse donde las palmeras, asegurando que allí la había tenido que haber dejado olvidada, pero su amiga Eli la contuvo: -¿qué te pasa?, mira bien y busca en el el bolso, que yo misma te vi guardarla. Olivia, miró y remiró pero la funda no aparecía.
Raul se puso furioso y le llamó de todo: entre otras cosas, le dijo que era una inútil que todo lo perdía, y Olivía se quedó mirándolo en silencio: nunca lo había visto así, y le encontró realmente guapo, los ojos chispeaban de ira y la nuez se le marcaba en exceso y, también encontró excitante la manera en que se había aflojado el nudo de la corbata, siempre lo hacía cuando entraban en un sitio donde hacía mucho calor, pero para ella había pasado desapercibido, hasta aquel momento en que la estaba tratando tan mal por primera vez desde que se habían conocido. Fue al buscar una barra de labios, cuando al meter la mano en un departamento muy recóndito del bolso donde solía guardar sus potingues, se tropezó con la funda de la cámara, sin embargo no se lo dijo a él hasta la mañana siguiente.
Aquella misma noche, Olivia convirtió a las mimosas en sus flores fetiche, Raul conducía muy deprisa y una rama de ellas, de algún árbol olvidado había rozado bruscamente las ventanillas:"jodidas mimosas, odio esas flores, son estúpidas y siempre andan por ahí cruzadas". Cuando llegaron a casa él no quería ni tocarla, pero ella estaba más excitada que nunca, así que al final acabaron en la cama y haciendo el amor vehementemente, de forma que Olivia creía salir de si misma. Cuando lo hacían estando enfadados, era como si una marea embravecida los envolvíera a los dos, y ella se quedaba sumergida en la espuma, mientras él se sentía culpable por tratarla de aquella manera. Buscar cada día que se repitieran escenas como la de aquella noche, se convirtió en su principal motivación y después inconscientemente vinieron los lapsus, los descuidos que él no soportaba. Había encontrado su punto débil, aunque ella se repetía a si misma que sólo quería que la relación funcionase y no se enfríara nunca.
En los dos últimos meses, los olvidos de Olivia eran cada vez más frecuentes; eran cosas sin importancia, pero que hacían a Raul salir de sus casillas. Luego estaban lass mimosas, como un obstáculo entre los dos insalvable. Cuando no había otra cosa, siempre estaban allí, dispuestas a ponerle de mal humor
-¿Piensas cambiar esas flores alguna vez?, son pestilentes, -le dijo Raul apenas entró y la vió contemplando el ramo de mimosas.
-las tiré esta mañana, por eso me extraña tanto que estén aquí.
-te olvidarías como simpre te olvidas de todo.
Raul había salido de casa a las siete de la mañana y le había vociferado a ella, que aún estaba adormilada que tirara aquel ramo de una vez o haría algún conjuro para hacer desaparecer de la faz de la tierra todos los árboles de mimosas existentes.
-Todavía no ha pasado el camión de la basura, bajaré y te demostraré que las flores están abajo, en el contenedor.
-¡Estás como una cabra!, si fueras una mujer normal, te gustarían las rosas como a todas, pero te gusta sacarme de quicio con las mimosas y te estoy empezando a odiar casi tanto como a ellas.
-Te juro que las tiré, esta misma tarde iba a comprar unas frescas, bajaré... están en el contenedor, seguro...
Olivia bajó por las escaleras, sólo eran dos pisos y no quiso esperar el ascensor, que siempre estaba en el último, lo hizo corriendo y a punto estuvo de caerse.
Mienras tanto, Raul se sirvio una copa de whiskey con menos hielo de lo habitual, apenas le dió el primer sorbo sonó el teléfono y vio que era el número de la oficina de Olivia, estuvo tentado a no contestar, pero descolgó el auricular.
-Si, diga...
-¿Eres tú Raul?, soy Elena, ¿va todo bien?, en realidad quería saber cómo estabas, pero veo que ya en casa, ¿te dieron ya el alta?, ¡que bueno!
Raul se acercó sin soltar el teléfono, a la ventana y contempló extrañado como Olivia permanecía mirando el contenedor y parecía intentar rebuscar en el interior, después la vio darse la vuelta derrotada y caminar hacia la casa.
-¡Eh..., si!, dime Elena, ¿por quién preguntabas?
-Nada hombre, es que como Olivia se marchó esta mañana tan apresurada porqué te habías puesto enfermo, quería saber cómo estabas, pero ya veo qué estás bien.
Raul estimó que su mujer ya debería haber entrado, sin embargo todavía no lo había hecho y volvió a mirar por la ventana.
-Si... estoy bien, fue.. una falsa alarma, oye, tengo que dejarte, otro día hablamos.
La puerta acababa de abrirse y la mujer que había entrado no parecía la misma que hacía un momento contemplaba las mimosas; estaba despeinada, y se había quedado blanca. Caminó despacio hacia la mesa, cogió el ramo y lo volvió a meter en una bolsa como había hecho aquella mañana...
-¿Qué tal el trabajo?, habrá sido un día durísimo no, teniendo en cuenta que has andado de hospitales porque me he puesto enfermo, ¡estarás agotada!
-Bueno, ha sido una suerte que te recuperaras, pero si, me he llevado un buen susto.
-¡Vaya!, seguimos con cachondeo no, ¿dónde has estado toda la mañana?, Elena dice que te has ido porque yo me había puesto enfermo, encima de estar loca eres una mentirosa, ¡me he llevado una joya!
-Tengo que salir...
Él no se lo impidió, -seguramente esta chiflada irá a comprar más de esas horribles flores, sólo por fastidiar.
Cuando el timbre sonó, él la volvió a maldecir:" seguro que se ha olvidado las llaves, ¡idiota!"
-¡Hola!, soy el vecino del sexto. esta mañana he visto a su mujer sacar unas flores marchitas del contenedor, me produjo mucha ternura y había pensado con su permiso claro, ya que está usted aquí, regalarle este ramo. Al poco de verla, decidí ir a comprarlas y espero que le gusten.
El anciano de unos setenta años sujetaba aquel ramo de mimosas con aplomo y hablaba con una cierta cadencia que Raul no supo especificar, pero que le hizo mantenerse callado y aceptar el ramo sin poner objeción alguna.
-¡Muchas gracias!, se las daré de su parte en cuanto venga.
-Si, la suelo ver en el mercado comprando mimosas y siempre me pone un ramito en la solapa, ¡es un encanto!, dice que a usted le gustan mucho y que nunca deben de faltar en su casa, porqué gracias a ellas son ustedes muy felices.
Raul nunca se había sentido tan mal como en aquel momento, ni tan estúpido sujetando aquel ramo y sin saber que hacer con él, pero instintivamente lo colocó en el jarrón que su mujer había dejado vacío tan sólo hacía unos minutos...
Cuando Olivia llegó, tanía peor aspecto aún que cuando había salido de casa, tan sólo unas horas antes. Pero lo hizo sin las flores, porqué cuando recordó que tenía que comprarlas, ya no quedaban; se le había hecho muy tarde dando vueltas desorientada y le costó al final recordar donde vivía. Raul ya había preparado la mesa e improvisado una cena con velas y todo. Estaba más tranquilo a pesar que ya se había tomado unos cuantos whiskeys. Ella apareció sobre las nueve y le dijo que había pasado la tarde jugando a las cartas con su madre, y él, obvió que la mujer llevaba muerta ya más de un año y no quiso discutir con ella. Se juró que ya nunca más se enfadaría por nada y le prometió que jamás se metería con sus mimosas. Olivia admiró aquel ramo de flores frescas de aquel amarillo brillante, que le hizo recordar los campos de Van gogh, pero decidió que ya no le gustaban.
FIN